Nos depositan en un mundo recién parido sin explicación; solo se nosentrega este mandato: Ahora abre la boca, / ya verás qué hacer con ellenguaje. Todo es incierto y, sin embargo, una pequeña voz nos sugiereecharnos a andar, sin más cuestionamientos. Aquí el dilema queatravesará todo el libro: ¿Por qué el creador me arrojaría a este mundo,desprovisto de memoria? Aquel Ojo que, al dármelo todo, / me ha dejado ala intemperie. Así, estos versos de Luciana Jazmín Coronado se vanpoblando de presagios y cada uno irá anunciando los siguientes: lacreación es perfecta, pero esconde un destino inexorable: llegará un finde los días. Mientras se moldean imágenes sutiles —y en apariencia,inconexas— de la naturaleza, el ritmo va trabajando sobre el lector comola hipnosis, hasta llevarlo a una atmósfera cargada de incógnitasapocalípticas, en donde a través de cataclismos se entrevera una posibleredención: recuperar la belleza.Se prepara una tierra virgen para quienes estén dispuestos a la renuncia.Es que no hay lugar seguro en donde resguardarse de lo inevitable; loúnico a lo que asirse es al desarraigo. Entonces, ¿qué secreto subyace enlos seres vivientes que, llegada su hora, logran celebrar el fin de las cosas /como un animal abierto a la lluvia? Al final de los últimos fulgores —comodiría Orozco—, estas voces que vienen de lo alto nos pronunciarán unúltimo rezo: invocar la pureza y aceptar la impermanencia. Solo restacontemplar lo que se desvanece, igual que se contempla la belleza: comoun testigo de fe.