La novela moderna tuvo su origen en el advenimiento histórico de un nuevo tipo de lector: el lector silencioso y masivo que se hacía posible a partir de la invención de la imprenta. Las consecuencias estéticas de este hecho fueron diversas. Pero una de las más notables fue la transformación del héroe narrativo. Quiero decir: en la epopeya (el antecedente de la novela) los héroes eran seres divinos, lejanos, de una sola pieza, personajes narrativos que se presentaban, sobre todo, para que el lector los admirara y los imitara. El héroe de la novela moderna, por el contrario, es una persona que está misteriosamente a nuestro alcance, casi un vecino de la cuadra. Y si tiene algún gesto de heroicidad, siempre se juega en la pequeña anécdota transformadora de la vida cotidiana. Tal vez el ejemplo máximo de este tipo de narración sea Emma Bovary: una mujer como cualquiera, a la que lo absurdo de la vida aburre hasta el límite moral de negar sus propias elecciones.